Por Ernesto Martínez
La arquitectura es una experiencia humana que despierta reflexiones variopintas. ¿Eso que gusta y se aprecia en los edificios es bello? ¿Es feo? ¿Y por qué? Siendo la arquitectura una abstracción del cosmos, es relativamente sencillo establecer conexiones a otras experiencias humanas, una de ellas como la siguiente:
Siguiendo los pasos de uno de los gatos de casa aprecié que sus movimientos son puro cálculo frío y elegante, muy similares a los que realizan, creo, la mayoría de los gatos; no titubean cuando deciden saltar, correr, acechar, acostarse o asearse. El gato es un animal en esencia grácil y bello. Por su arte, los dos perros del hogar son todo corazón; no son muy pulcros y además parecen estar en un persistente estado de incertidumbre; sus movimientos rápidos no tienen la elegancia de los felinos y eso, sin mencionar que con el tiempo y la edad les han salido notorias protuberancias desagradables en la piel. No son feos, claro, pero la esencia de su belleza radica en otras facultades, tal vez algo que se acerca, digamos, a una “personalidad” propia y particular de cada uno.
La búsqueda de la perfección
Los gatos se parecen en su perfección, los perros son diferentes entre sí, hermanados en su despreocupación por ella. Si observamos las estatuas de los periodos helénicos arcaico y clásico, comparten con los felinos el hecho de tener la cara y el cuerpo similares al resto de los demás modelos y la misma expresión serena. La belleza es genérica pues al final la tríada filosófica del Bien, lo Bello y lo Verdadero tienden a la simplicidad máxima, donde las diferencias tienden a borrarse en el manto de la homogeneidad.
Belleza contemporánea: Repetición de modelos antiguos
El orden renacentista y dos siglos después también su heredero, el orden neoclásico, tendió a formular una preceptiva que repitiese los viejos modelos de la Antigüedad. Los cinco órdenes canónicos fijados por Sebastiano Serlio o la “cabaña primitiva” de Laugier mucho después, fueron los hitos conceptuales que dirigieron al Movimiento Moderno en su búsqueda de una arquitectura tan pura, que no mostrase las variaciones propias de lo imperfecto, como en los templos griegos y neoclásicos donde el pulimiento continuo fue borrando las extravagancias de lo único e irrepetible. La razón busca certidumbre, pero al ocaso del ilustrado neoclasicismo, quedó claro que el sueño de esa razón (moderna) bien podría producir monstruos, como lo enunció Francisco de Goya en uno de sus grabados de la serie de “Los Caprichos”, a fines del siglo XVIII.