“Cuando empiezo, mi primera idea para un edificio es con el material. Creo que la arquitectura se trata de eso. No se trata de papel, no se trata de formas. Se trata de espacio y material.”
Peter Zumthor
Evolución de la construcción a lo largo de la historia
La historia de la arquitectura es también la historia de los materiales con los que se construye. La disponibilidad y el conocimiento sobre las propiedades de los materiales de cada zona fueron la pauta para el imaginario de lo posible. Los inicios de la construcción se remontan milenios, cuando nuestros antepasados requirieron de protección contra las inclemencias del clima. Al principio, los refugios fueron muy simples y quizá duraban solo unos pocos días o meses; sin embargo, con el tiempo las estructuras temporales evolucionaron a formas refinadas que permitieron a los humanos moderar los efectos del clima y adaptarse a una amplia variedad de ecosistemas, convirtiéndose en una especie global.
De la madera a la piedra: construcciones duraderas
Madera, hojas de los árboles y pieles de animales, materiales hasta entonces utilizados, eran perecederos. Gradualmente comenzaron a aparecer estructuras más duraderas, particularmente después del advenimiento de la agricultura, cuando la gente comenzó a permanecer en un lugar. El uso de la piedra marca un hito histórico ya que fue el comienzo de nuestra búsqueda por la permanencia a través de la erección de estructuras “eternas”.
El hombre fue conquistando los recursos naturales, perfeccionando su extracción y generando técnicas industriosas para amoldar la naturaleza a sus necesidades, deseos y sueños. Sin embargo, estos métodos eran tardados y agotadores, por lo que no todas las construcciones se erguían con el propósito de perdurar. Solo los edificios relevantes para la comunidad ameritaban este nivel de inversión.
En nuestra búsqueda por alternativas, desarrollamos nuevas materialidades como el ladrillo, cuya aparición se remonta a Mesopotamia en el segundo milenio antes de Cristo. A partir de entonces, los materiales y sus características evolucionaron rápidamente. Las técnicas de construcción cada vez más avanzadas hicieron posible la edificación de impresionantes ciudades y estructuras soberbias. Sin embargo, dado que los edificios son artefactos grandes y costosos, construidos con enormes cantidades de trabajo, materiales y tiempo. Históricamente siempre fue más lógico mantenerlos, y en caso de ruina, reutilizar la materia. El Arco de Constantino, que fue erguido en el año 315 d. C., fue construido con piezas tomadas del Arco de Trajano que data del siglo I. El mármol y el travertino rescatados del Coliseo Romano se utilizaron para construir parte de la Basílica de San Pedro.
Los ejemplos de esta forma de aprovechamiento continúan a lo largo de la historia. En el siglo XVIII los jóvenes ingleses viajaban en el Gran Tour para aprender sobre arte e historia, y regresaban a casa con “recuerdos” de las ruinas visitadas para incorporarlas a sus propios hogares. Esta conservación de los recursos se da en todos los sectores de las sociedades preindustriales.
El reuso de edificaciones completas es otra vertiente de esta misma filosofía, donde gracias a su ocupación continua y constante mantenimiento, los edificios perduran por centenios. La antigua ciudadela de Erbil, en el norte de Irak, data del 2300 a. C. y se considera uno de los sitios ocupados continuamente más antiguos del mundo. Otro ejemplo famoso es el Panteón de Roma, que lleva en uso desde el siglo VII.
Estos casos nos hablan no solo de la durabilidad de los materiales, sino también de la importancia de la flexibilidad espacial, las cualidades materiales que permiten dar mantenimiento a un edificio y con esto el secreto de la vida “eterna” para nuestras construcciones.
La era industrial y nuevos materiales
Fue a partir de la época industrial que una nueva era inició. Al abaratarse los costos de la electricidad aparecieron tecnologías como la calefacción y el aire acondicionado, e incrementó exponencialmente el uso de fuentes artificiales de luz. Estos enormes avances en el confort dieron paso a edificios de función mecánica sustituyendo métodos pasivos que se habían usado hasta entonces. La década de 1940 inició un periodo de 50 años en el que se construyeron los edificios que más recursos consumieron en la historia.
Además, la industria trajo nuevas posibilidades de materialidad y de métodos de producción estandarizada. Los principales materiales adoptados fueron el concreto, el acero y el vidrio. El cambio de materiales inevitablemente dio forma a una nueva arquitectura y las posibilidades de la industria dieron esperanzas para un mundo utópico. En el cual los edificios serían fabricados de forma rápida, eficiente y a bajo costo. Permitiendo producir vivienda para todos y generar cambios a las piezas de nuestros edificios tan fácilmente como cambiamos nuestros accesorios de moda.
Ahora, lamentablemente, esta visión utópica se ha convertido en una realidad distópica. Los edificios construidos convencionalmente, de mampostería y madera, tienen un ciclo de vida de aproximadamente 120 años antes de requerir reparaciones importantes. Mientras que para los edificios modernistas este tiempo es de tan solo la mitad: 50-60 años.
El concreto armado en un inicio pareció casi mágico ya que permitía generar voladizos espectaculares, bóvedas delgadas como conchas, edificios de una plasticidad escultórica y columnas esbeltas. Se necesitaron varias décadas para descubrir que el acero y el concreto son una pareja precaria. Y que el concreto armado, frágil y poroso, resultó ser un pobre sustituto de la piedra y el ladrillo como revestimiento exterior. El acero estructural es duradero, pero el muro cortina de vidrio tiene sus propios problemas de mantenimiento.
Consideremos las obras maestras de Yale de la década de 1960: la galería de arte de Louis Kahn, A&A de Paul Rudolph, y los edificios de Eero Saarinen. Todos requirieron una importante renovación a principios de los 2000, a un costo que supera con creces el costo de construcción original. En palabras del decano de Yale, Robert A. M. Stern, “Cuesta centavos construirlos y millones renovarlos”.
Sumando a esta problemática, el auge económico posterior a la Segunda Guerra Mundial catapultó un desarrollo implacablemente orientado hacia el futuro. En el cual la demolición se volvió una práctica innata del crecimiento urbano. Como un claro ejemplo, actualmente el sector de la construcción en Ciudad de México genera 5.9 millones de toneladas de cascajo al año. Una cantidad insostenible para nuestro planeta, en especial si contemplamos que estos son los deshechos de una sola ciudad. A años luz está el caso de Estados Unidos en donde cada año se demuelen 93 millones de metros cuadrados de edificios existentes que se reemplazan por otros nuevos, generando 600 millones de toneladas de cascajo.
El futuro de la arquitectura: invertir en sostenibilidad
A medida que ha crecido la conciencia de la crisis ambiental, el mundo ha buscado alternativas para frenarlo. Y aunque se ha prestado mucha atención al papel del transporte y la industria, los sectores de la arquitectura y la construcción son los mayores contribuyentes al cambio climático a nivel mundial. La industria de la construcción representa el 60 % de todos los materiales utilizados. Mientras crea un tercio de todos los residuos consume 40 % de la energía global y genera el 40 % de todas las emisiones de CO2. Esto como resultado de que nuestras edificaciones contaminan en todas las etapas de su existencia; extracción, fabricación, transporte, construcción, uso, demolición y deshecho.
Emisiones globales anuales de CO2 producidas por el sector de la arquitectura y la construcción. Imágenes estadísticas obtenidas de: https://architecture2030.org/why-the-building-sector/
¿Cómo elegir el mejor material para una construcción sostenible?
En primera instancia, los productos que requieren menos energía para su producción, que son duraderos y fáciles de mantener, son los mejores si deseamos generar un menor impacto en el medio ambiente. En otras palabras, los materiales que están cerca de su estado natural y que han sufrido la menor cantidad de modificaciones son las opciones de construcción más saludables. Gran parte de la basura que se genera en la construcción proviene de la extracción y el procesamiento de los materiales. Pero en la otra cara de la moneda tenemos también una increíble cantidad de desperdicio proveniente de materiales que han llegado al final de su vida útil.
Muchos componentes de construcción convencionales en la actualidad están creados con materiales complejos, hechos por el hombre, estos son menos costosos de fabricar, pero menos duraderos y requieren reemplazo o reparación frecuentes. Un ejemplo de esto son los canceles: existen múltiples modelos, materiales y niveles de complejidad. Hoy en día, una ventana de gama alta –con doble panel para aislamiento– tiene una vida útil de 20 a 40 años, mientras que una de gama baja dura solo 3 a 5 años. Las ventanas más viejas de un solo panel, por otro lado, se pueden reparar y durarán indefinidamente si se les da el mantenimiento adecuado.
Muchos de estos componentes complejos no pueden ser reparados y al final de su vida útil se desechan. La basura generada de estas piezas y de la demolición de edificios completos se lleva a enormes vertederos. Desechándolos con menos atención que con la que tiramos (o reciclamos) una botella de agua vacía; rara vez consideramos reciclar nuestros artefactos más grandes, nuestros edificios. Cuanto más complejo y procesado es un material, más difícil su reciclaje y reutilización. Un paso en la dirección correcta sería regresar a materiales resistentes y naturales o biodegradables, que nos permitan dar mantenimiento a nuestros edificios o deconstruirlos para reutilizar sus componentes.
Los edificios importan. Son uno de los productos más grandes y costosos de la acción humana, tanto económica como ambientalmente. Evaluar la calidad espacial y material de lo que estamos construyendo es importante. Si queremos detener la destrucción de nuestro planeta un cambio indispensable es el de dejar de conceptualizar nuestra arquitectura como un producto desechable. Y comenzar a verla como lo que es: una inversión en espacio y la fuente principal de futuras construcciones. Los edificios desaparecen, pero sus materiales perduran, es nuestra decisión si estos se quedan como basura o como materia útil para las generaciones futuras.