Por Gabriel Vázquez
Al fondo de la casa hay un pedazo de jardín secreto en el que las rosas se pudren y florecen los sapos y las salamandras. Ahí es donde guardé los restos de nuestra historia. Cada cierto tiempo lo riego con lágrimas y las amapolas aparecen por un instante, saludan al sol y se desvanecen, como tus promesas de amor eterno.
Contar esta historia es como contar estrellas en el cielo, no tiene principio ni final posible. Sólo puedo decirte que tú extrañabas la niebla de tu patria y desde que ya no estás, este pedazo de jardín siempre amanece bañado por un manto blanco y espeso, que atravieso para depositar alguna pieza de nuestro rompecabezas, a veces una foto que no nos tomamos durante el atardecer, a veces un fragmento de canción con la que despierto, otras, una mirada tuya perdida en el horizonte y algunas ocasiones es un beso que despertó en mi mejilla.
En este jardín los arbustos cobran vida al anochecer, adoptan la figura de tus animales favoritos y juegan aventándose piedras y esperanzas. Yo los miro desde la ventana y me compadezco de ellos, porque están condenados a este pedazo de hierba y a estos muros de algodón, como nosotros dos.
Hasta donde recuerdo, siempre te gustaron los girasoles, solías encontrarlos en los lugares más insospechados, dabas vuelta a una esquina y caían en tus manos, otras veces aparecían entre tus muslos y el día brillaba con gran intensidad. Salían a la superficie y se iban flotando como tus pies de acróbata, se alejaban mientras yo te miraba, sin mirar lo que mirabas, porque a mí lo que más me importaba era verte mirar.
Tú habías sembrado tulipanes en tu boca y yo solía arrancarte bulbos antes de dormir. Ahora me paso las horas esperando que aparezcan en ese pedazo de jardín, pero no crecen, les falta sol, les faltas tú. A veces pienso que mi sombra les hace daño. A veces pienso que mis lágrimas son demasiado saladas para convertirse en riego.
El jardín secreto no lo visita nadie, ni tus padres ni los míos, ni siquiera nuestros hijos. Es un pedazo perdido en un laberinto silencioso. Yo me acuesto a tu lado y te susurro recuerdos y esos chistes sin sentido que te hacían reír. A veces escucho tu risa y a veces escucho cómo resoplas ante mi falta de gracia y mi incapacidad para contar historias.
Hoy cumple un año este jardín secreto y he decidido transplantarme a tu lado, me volveré la sombra de un árbol, para acariciarte con mis ramas por las noches y hacerte cosquillas mientras dormimos eternamente.