Por Gabriel Vázquez
Mi barrio salió en una revista, lo destacan como uno de los “mejores barrios del país”, justo después de leerlo, me llegó un email del casero para pedirme el departamento y empezar una mudanza. Nada es casualidad.
He vivido ocho años aquí. Este ha sido mi lugar, mi centro y mi punto de partida la mayor parte de mi vida adulta. Estas son mis calles, mis terrazas, mis bares, aquí está mi lavandería, la tienda en la que a veces me fían y mi frutería.
Aquí están mis amigos con los que me encuentro a tomar café o cerveza por las tardes. Ahora debo empacar y buscar un nuevo sitio. Abandonar mis cuatro paredes y los recuerdos que se acumulan junto a las telarañas en cada rincón.
Ahora se supone que debo meter en cajas toda una vida y que ésta quepa, para empezar la mudanza, como lo hace en esta casa que ya no es mía.
Mudarse siempre es un desastre, hay muchas dificultades para encontrar el lugar adecuado, el barrio adecuado, ni tan ruidoso ni tan ruinoso, ni tan céntrico ni tan abandonado, ni tan turístico ni tan rústico.
Nuevos lugares, nuevas rutinas, la mudanza comienza.
Ahora habrá que explorar calles y encontrar mi espacio en ellas, encontrar un nuevo bar en el que me sienta cómodo y un bartender que comience a conocer mis gustos poco a poco. Encontrar una nueva panadería en la que el pan no esté congelado. Ahora habrá que fijarse que no haya un jardín de niños que dé a mi ventana por las mañanas, ver que la avenida esté lo suficientemente cerca y lejos al mismo tiempo para que mi sueño no sea solo un anhelo en medio del tráfico.
Mudarse implica cambiar de vida, de costumbres y de rutinas. Mudarse es arrancar las raíces a las plantas y esperar que encuentren un pedazo de tierra fértil en otro lugar.
Mudarse es sopesar los espacios y las cosas que cabrán en ellos. Pensar en nuevos libreros, en una sala más pequeña, en un comedor para 4 en lugar de 6 sillas vacías.
Mi antiguo departamento, de techos altos y puertas que ya no encajan por tanto movimiento telúrico, será ocupado por alguien más, que nunca se imaginará todo lo que sucedió en esas paredes de viejo hormigón.
Ya encontré otro departamento, no será lo mismo. Ya resané las paredes y las pinté de blanco, borrando las manchas de miles de historias en mi viejo departamento. Ahora hay silencio, como si nada hubiera pasado aquí.
Hoy entrego las llaves y solo puedo pensar en esto: “Malditas revistas de arquitectura”