Por Arq. Ernesto Martínez
¿Cuál es la importancia de monumentos y memoriales?
Debió haber algo en el aire de París en la Edad Media, pues se decía que con tan solo respirarlo, un hombre se hacía libre. A manera de contexto, en esa época en que la mayor parte de los europeos eran siervos al servicio de algún señor feudal, las ciudades eran enclaves en que esa atadura abusiva podía ser rota y dejar así al ciudadano a la merced de sus propias capacidades y oportunidades para ganarse la vida o la ruina, en (casi) perfecta libertad.
Ese valor, la libertad, era pues una de las cosas de mayor aprecio por aquellas comunidades urbanas que mas tarde en Flandes, crearon las bases para el libre mercado y los sistemas de autogobierno sin la mediación de un grupo de aristócratas o de clérigos de alto rango. “Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida” comentó Don Quijote a Sancho y esa frase inscrita en la fuente de una glorieta de nuestra ciudad, nos invita a reflexionar sobre dos de los valores más queridos por la sociedad… o al menos solo creemos que así son de bien estimados.
¿Seguimos compartiendo como sociedad el aprecio a ciertos valores, costumbres o tradiciones?
Las ciudades medievales o la misma Aguascalientes hace menos de cien años, contaban con poblaciones que ahora sin más catalogaríamos como dignas de un “pueblito”. Eso no significa nada si tomamos en cuenta que la gran Atenas poco antes de entrar a las guerras del Peloponeso, no sobrepasaba ni los catorce mil habitantes; pero si es de reconocer que las comunidades de estos asentamientos basaban su bien común en una historia compartida, en una serie de características colectivas que les hacían finalmente, a pesar de las diferencias, la base de un entendimiento universal.
Diversidad y valores en la ciudad contemporánea
Conforme las ciudades se hicieron más grandes y sus habitantes más heterogéneos, esa base fue cediendo su lugar a una pluralidad de intereses y visiones que tienen el potencial de enriquecer el encuentro y el diálogo, por ello a la honra ensalzada por Cervantes, ahora se le unen el respeto y la inclusión; pero también se potencian las ocasiones de polarizar las lecturas de lo que podría ser una mejor sociedad; la libertad y la honra de Don Quijote siguen siendo importantes, pero también hay valores que relacionados con viejas tradiciones ahora en desuso o en desgracia, han ido adquiriendo cierto tufo a rancio, a veces de manera injusta.
La transformación de la memoria urbana: Monumentos y memoriales en la modernidad
Por ello la modernidad urbana y arquitectónica, revolucionaria como se pretendía, veía en el monumento la encarnación de valores promovidos por las viejas jerarquías y por tanto descartables (tanto monumentos como valores mismos). Por el recuerdo institucionalizado (monumento se relaciona con la palabra latina monitus, que es “advertido” o “recordado”), dio paso al “memorial”, otro objeto arquitectónico similar, pero con un poder de evocación más íntimo, debido en parte a no ser tan analógico como el monumento.
Pues su abstracción le hace más propicio a múltiples lecturas y emociones, como el dedicado a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Realizado por Mies van der Rohe y que parecía un paredón (aunque ninguno de los dos mártires comunistas fue fusilado) demolido al poco tiempo como acto político por el régimen nazi o, como la Fosa Ardeatina de Cino Calcaprina y varios mas, que parece una enorme lápida suspendida sobre las tumbas de los inocentes asesinados en un pueblo al sur de Roma durante la Segunda Guerra Mundial y construido tras el conflicto, a fin de no perder la memoria de los asesinados y del episodio trágico.
La evolución de la memoria en la sociedad contemporánea
Como se echa de ver, monumentos y memoriales no conservan la misma salud siempre. La honra se escucha como algo proveniente de otros tiempos, la abnegación no cala en el espíritu de los cínicos y el heroísmo puede ser tomado por obcecación.
Nuestra sociedad contemporánea es una red de comunidades en las que la concordancia en la ponderación de los valores no siempre está presente. Lo que para algunos es excelso, entrañable o digno de admiración, para otros es indiferente cuando no abominable incluso.
Esto no es nuevo, desde la Antigüedad se trataba de aniquilar la memoria de algún personaje o situación incómodos, como lo sufrió la imagen de Akhenatón en Egipto. Pero en la actualidad donde la memoria pública es un producto con una caducidad acelerada, los monumentos y los memoriales llevan desde su planeación una buena carga de duda y los “antimonumentos”, otra más de disrupción, unidos todos finalmente, por la incógnita de su duración, lo que se opone a la perdurabilidad del recuerdo que era en esencia, su razón de ser.
Parecería que estos objetos de la memoria colectiva, más que hermanar dividen, más que sanar, ofenden; pero eso no es más que el reflejo genuino de la fragmentación de nuestras sociedades que en la ciudad contemporánea se topan más con los obstáculos de una verdadera integración, que con las vías para lograr el consenso en las cada vez más grandes diferencias que forman la realidad de los asentamientos humanos de la actualidad.
Y eso, aunque parezca terrible, es la política genuina, las cosas de la polis, donde monumentos institucionales o pintas rebeldes son parte de nuestro paisaje urbano caracterizado por tensiones en busca de solución, argumentaciones en busca de diálogo.
El rol de la ciudad en la construcción de una historia compartida
Debe haber algo en el aire de nuestras ciudades que al respirarlo, las sentimos cada vez más ajenas. Y aún así, los monumentos y memoriales ya se irán integrando de manera natural, al involucrar nuestra sociedad a todas sus comunidades en las cosas de la polis; de esa manera volverá a leerse en aquellos una historia compartida.
Como hace quinientos años, libertad y honra valen la pena para arriesgar la vida, pero es la ciudad la que debe garantizar la experiencia de la libertad, la honra, la dignidad, el respeto, la inclusión y tantos valores y condiciones más, para sus habitantes.
Ello implica que a pesar de las divisiones que nos separan, siempre habrá mas motivos que compartir y si bien la ciudad puede llegar a ser un sitio intimidante, es también el mejor lugar para poner a prueba lo mejor de una sociedad.