Por Alberto Sánchez López
Es común, entre colegas dedicados a la arquitectura, bromear sobre nuestra franca tendencia a desarrollar TOC (trastorno obsesivo compulsivo).
Si bien esta condición es estudiada y atendida por los profesionales de la salud mental, para nosotros los diseñadores es –aclaro que, en un modo sutil y alejado realmente de lo complejo del padecimiento– una estrategia inconsciente para lidiar con el caos que reina en el universo de nuestras realidades.
Adquiere sentido esta resiliente actitud cuando caemos en la cuenta de que, desde la escuela de arquitectura fuimos “adoctrinados” bajo el dogma de la sobre-composición. Existe una muy enraizada creencia sobre la importancia de la composición en nuestra labor profesional y, en general, en nuestra manera de sobrellevar la vida.
La importancia de la composición en la arquitectura
La composición es, en materia de diseño, una extraordinaria herramienta para procurar orden sobre el caos. La composición nos ayuda por medio de sistemas de ordenamiento complejo a categorizar y priorizar nuestras decisiones en variables funcionales, económicas, de carácter y de convivencia, de escala, de constructibilidad, y también –por qué no decirlo– en asuntos relacionados con la plástica. Todo lo anterior inmerso en el complejo proceso de diseño.
La composición como narrativa de la vida construida
Nuestro trabajo, alejado de la creencia popular de que les arquitectes embellecemos edificios, radica en interpretar un universo concreto de problemáticas para después sintetizarlo en una metáfora abstracta, materializada en geometría construible, y que además, sea habitable. Es por ello que cuando hablamos de composición, aludimos a la capacidad de organizar en volumen y espacio una versión muy particular de hábitat artificial.
El problema de entendimiento comienza cuando se nos transmite desde esos primeros días en las aulas universitarias, que la composición es meramente una herramienta embellecedora. A partir de entonces enfocamos la energía creativa en organizar las cosas (la materia, la geometría) en función de perseguir por propio pie (por propio ojo), o hacer vívida en un observador externo una “experiencia estética”.
Del TOC a la obsesión estética
Entonces vamos por la vida alimentando nuestro propio TOC de salón. Comenzamos a obsesionarnos con los acomodos de los cubiertos en la mesa, con complejos sistemas de organización de la ropa en el clóset según sea por color, tamaño, temporada o frecuencia de uso y por tanto predicamos en nuestro trabajo de diseño la muy imperiosa necesidad de implementar un exceso de orden y macro estilización sobre cualquier situación o escenario alusivo al habitar.
Nos causa a razón de tales vicios, un placer orgásmico explorar detalles meticulosamente compuestos (en el baño de un restaurante, en las fachadas blancas de las casitas de un coto encerrado) y nos volvemos esclavos de forma, alejándonos de a poquito del contenido.
Sonaría maravilloso y se viviría aún mejor si todos los usuarios del planeta fuésemos así de sofisticados. Pero la debacle se consuma cuando nos percatamos que el resto de los mortales tienen como prioridad en su agenda filosófica, contrario a nosotres les arquitectes, sobrellevar con dignidad su ineludible relación con el caos.
Entre el TOC y la arquitectura: Un romance de composición en el diseño del hogar
Así que, irremediablemente, les arquitectes estamos –si es que decidimos contraer nupcias con nuestro TOC – destinados a deconstruir de momento la cosmovisión de nuestros clientes para persuadirles de experimentar en su futura casa una sobredosis diaria de composición, y con su aval firmado en un contrato de proyecto, vaciaremos y derramaremos nuestras ansias de materializar un mundillo perfecto en el hogar de un extraño.
Con fortuna veremos esa pieza arquitectónica bien finalizada. Nos vestiremos completamente de negro un día antes de entregarla a sus legítimos dueños, para participar y aparecer en blur (como meras escalas humanas) en la sesión profesional de fotografía. La incluiremos en nuestro catálogo de obras maestras del buen habitar, y nos alejaremos quijotescos con rumbo al horizonte y sin voltear para no ser testigos de cómo al día siguiente el caos se empieza a tragar a fuerza de adornos navideños y cuadros de perros jugando billar nuestra sublime creación de arquitectura.