Los escenarios del agua Por Ernesto Martínez
El líquido esencial: Vida y mitos en la evolución humana
Después del carbono, el agua es la primera condición para la existencia de vida, al menos como la conocemos. Lo anterior viene a cuento pues no hace mucho se descubrió que en Marte existió en tiempos ancestrales. Lo que disparó la imaginación científica a escenarios de posibles formas de vida que se extinguieron en el planeta vecino. Y cuyos rastros tal vez descubriremos en el futuro no tan lejano en algunas formas más cercanas a los protozoarios.
El agua en nuestro planeta ocupa la mayor parte de su superficie y ha modelado su forma. Nuestra especie ha medrado a su lado y ha sido su uso y domesticación lo que ha marcado en buena medida la evolución de las civilizaciones. En el terreno mítico es un elemento que lo mismo da de vida que amenaza de muerte. Ondinas, oceánidas y monstruos como Focis y Caribdis, por no hablar de las sirenas, han encantado a la imaginación occidental y lo mismo ocurre con seres similares en todas las culturas.
El desafío del agua: Recurso preciado y desigualdad global
En nuestra contemporaneidad, el agua ya no es tanto un elemento casi mágico sino un recurso que debe ser aprovechado y controlado. Lo que se manifiesta, por cierto, como algo indispensable para la subsistencia de una humanidad que ocupa con mayor densidad algunos enclaves del planeta. Y que a pesar de los esfuerzos por hacerla más asequible al grueso de la población mundial, no ha sido posible para una buena cantidad de nuestros congéneres.
Quienes contamos con la fortuna de disponer de ella con facilidad, nos percatamos que ese recurso finalmente muestra ya su carácter de “finito” y amenaza con ser escaso para cada vez más humanos. Es una catástrofe natural y también ontológica pues al lado de ríos y cuerpos de agua se fundaron los primeros poblados. Fuesen de tipo agrícola o bien por tener una industria basada en la transformación de piedras localizables en los márgenes de ríos y arroyos para su uso como puntas de flecha, lanzas y demás utensilios. Al lado de las aguas se usaron sus corrientes para producir energía (a través de molinos, por ejemplo) o para mantenerse al margen de depredadores que cazan presas que se acercan a beberla, por medio de palafitos y otras construcciones “sobre” el agua.
Ciudades forjadas por el agua a lo largo de la historia
Ciudades tan diferentes como Tenochtitlán, Venecia o Rotterdam fueron constituidas con el agua como principal factor de planeación y diseño urbanos. Las casas de patio se desarrollaron pensando en la recolección central del agua pluvial. Y los techos inclinados se diseñaron así para desalojar esa agua de lluvia o la convertida en nieve, para preservar y dirigir de manera óptima el curso del agua no obstante su procedencia o estado.
En el agua y por el agua se propiciaron modelos de utopías como la Atlántida en cuyo modelo ideal se basarían muchos planteamientos de sociedades ideales (Campanella incluso nombró a la suya Oceana). Con la Revolución Industrial se determinó que el agua era un elemento fundamental para sus procesos de producción y distribución. Los puentes y los caminos franqueaban ríos (actualmente los caminos también discurren debajo de mares) y con el acelerado ritmo del poblamiento de las ciudades quedó como hecho patente que era un factor importantísimo para preservar la higiene pública y para el diseño y rediseño de las ciudades modernas. Pronto también quedó claro que esos esfuerzos serían y aún lo son, insuficientes.
Jerarquías y escasez en el consumo urbano
Alec, un buen amigo, me hizo notar que en la misma ciudad, sin mediar mucha distancia, una parte (pequeña) de la población emplea mucha agua para jardines escenográficos de especies ajenas a nuestro entorno semidesértico. Para mantener albercas y otras “amenidades mientras otra parte de la población (mucho mayor), muestra ya dificultad para contar con agua la mayor parte del día. El agua, como tantos otros factores en las ciudades contemporáneas, se ha vuelto también indicador de jerarquías socioeconómicas y factor posible de conflictos internos como lo hemos presenciado recientemente en Nuevo León.
Distopías posmodernas: Entre utopías perdidas y desencantos actuales
La modernidad fue optimista en sus planteamientos sobre el uso del agua. Ahora que la realidad archiva a esos planteamientos al lado de las utopías; la posmodernidad, desencantada y cínica, plantea distopías. Y en esas distopías, el agua aparece cada vez más como cifra de vida o de muerte, de poder o de discordia. ¿Podemos volver a las utopías acuáticas míticas, libertarias y democráticas en tiempos como el nuestro en que las costosas utopías del desierto sufragadas con dinero del menguante petróleo sólo considera a las élites como su público?
La respuesta está en la racionalidad de su uso más que en la confianza tecnificada. Para la arquitectura, quedan milenios de construcción en que el agua ha sido protagónica. Cajas de aguas como las de Ledoux, las chinampas mesoamericanas y los pólder neerlandeses. Los impluvios ya mencionados en las casas de patio y tantas construcciones que haciendo del agua su tema. Han logrado fijar en el imaginario colectivo incluso el símbolo de ciudades enteras (recordar solamente acueductos que son consustanciales al lugar donde se ubican).
Moldeando el futuro en la arquitectura sustentable
Aprendemos ilusionados la evidencia fósil del agua en Marte, pero la gran utopía de colonización tendrá que emprenderse en nuestro planeta. Donde la gran masa de la población permanecerá por milenios al menos, arraigada en la Tierra. La bioclimática y la sustentabilidad comienzan a fijar las pautas de la nueva arquitectura. Como en otros tiempos lo hicieron la geometría idealizada, la construcción representativa, el racionalismo funcionalista o la etérea “espacialidad” y el agua, como en todos los paradigmas anteriores, será uno de los temas que moldeará el hábitat construido de la humanidad. Al final con esto se hace una analogía del amoldamiento del mundo mismo al agua. Ese recurso, ese medio, ese elemento preciado que en su simplicidad establece las relaciones más complejas, utilitarias o simbólicas que el ser humano pueda usar o evocar