Por Cynthia Giacinti
Tomarnos el tiempo en el acelerado día a día para beber un café o una copa de vino mientras leemos un libro que nos agrade y disfrutarlo a plenitud es, quizás, una experiencia de lujo.
En este sentido, la palabra “lujo” se transforma en una idea distinta a la que conocemos, se dirige más hacia un “lujo accesible” y posibilita una experiencia estética: disfrutar un plano fuera de lo ordinario por medio del uso de los sentidos.
Aromas, sonidos, texturas, sabores e imágenes, tienen la capacidad de moldear atmósferas y empaparnos en una experiencia placentera, como lo menciona el filósofo John Dewey en su obra “El arte como experiencia”.
Desmitificar y darle la vuelta a esta palabra es importante ya que, en el imaginario colectivo, el lujo nos lleva inmediatamente a pensar en las grandes marcas relacionadas con un estilo que se basa en el prestigio y en la actualidad, es mucho más que eso.
Lujo y arquitectura
¿Cómo se vería el lujo en la arquitectura? ¿Cómo sería una experiencia estética en la arquitectura más allá de lo exuberante?
Peter Zumthor en su libro Pensar la arquitectura nos dice que “los detalles, cuando salen bien, no son decoración. No distraen, no entretienen, sino que conducen a la comprensión del todo, a cuya esencia necesariamente pertenecen”. (Zumthor, 2014, p. 15)
Un muro aparente con un acabado impecable, realizado con materiales de la región que evocan un sentimiento de regionalismo; un diseño de paisaje compuesto con vegetación autóctona; la correcta proporción de un vano orientado hacia un paisaje exterior o un patio interior con una atmósfera propia, son algunos ejemplos de prácticas cuidadas a detalle en la arquitectura que nos llevan a tener experiencias de lujo relacionadas con apreciar lo real y honesto más allá de utilizar los materiales más finos o costosos.
Verdad, justicia y belleza
Existen tres conceptos importantes para que una arquitectura sea válida: verdad, justicia y belleza.
Estos principios de los que nos habla Fernando González Gortázar en su libro Arquitectura, pensamiento y creación están fuertemente ligados con el concepto de lo lujoso en el sentido de la calidad, la excelencia y la experiencia estética y sensorial que se traducen en calidad de vida para las personas.
La verdad en la arquitectura tendría que ver con la honestidad en los materiales, la pureza de las formas, estar acorde con su tiempo, su sitio, su idiosincrasia, para de esta forma construir la historia acorde al momento y lugar.
Son estos principios los que las escuelas de arquitectura contemporáneas deberían promover: la utilización de materiales regionales, métodos constructivos que minimicen costos y exalten las cualidades de las obras y un diseño de calidad que dé un sentido de vanguardia y estilo.
Para la arquitecta Anne Lacaton ganadora del Pritzker 2021 “El lujo es el espacio”. La generosidad de los espacios, tener los metros cuadrados necesarios para desarrollar cada actividad es hacer justicia en la arquitectura.
Democratización del lujo: belleza como derecho, no privilegio
Hablar de justicia nos lleva a este plano de la democratización del lujo, y de darnos cuenta que puede desligarse del estatus y la opulencia, pero nunca de la belleza. ¡Y qué es el lujo si no la calidad de vida y el deleite!
Es común que muchas veces se asuma que algo es costoso porque es estético o porque está bien diseñado y muchas veces se descarta como opción sin saber su precio, ya sea un objeto, lugar o experiencia. Se ha estigmatizado lo bello como algo superfluo pero la belleza debe ser un derecho y no un privilegio. Y nada tiene que ver con el dinero.
¿Y qué es la belleza si no es la verdad? Estos tres conceptos se entrelazan y conforman una experiencia del lujo.
Lo que llamamos “lujo o belleza” no tendría que ser necesariamente algo etéreo e inalcanzable que flota por encima de nosotros, sino parte de nuestra vida diaria, de nuestra cotidianidad.
Al igual que la pátina sobre los edificios, hay un lujo silencioso, que no necesita gritar para demostrar su valor, o perfecto y ostentoso, sino real y sin filtros, quizá desordenado o roto, honesto como las fachadas aparentes, como un piso con madera natural, con crujir al caminar, su aroma y su imperfección que inunda nuestros sentidos.
Los objetos cuando tienen una historia, cobran vida y se vuelven invaluables.
Fuentes bibliográficas
ZUMTHOR, Peter (2010): Pensar la arquitectura. Barcelona, Gustavo Gili, 2014.
GONZÁLEZ GORTÁZAR, Fernando (2014): Arquitectura, pensamiento y creación. UNAM, México, DF. Fondo de Cultura Económica. DEWEY, John (1934): El arte como experiencia. Trad. Jordi Claramonte. Barcelona, 2008 Paidós. Print.