Por Gabriel Vázquez
Felicia sueña mientras la mecedora la arrulla. Con los párpados cerrados llega hasta la casa, el jardín está cubierto por ramas que se extienden entre los restos de una fuente verdosa y rota y estatuas sin cabeza.
Atraviesa la reja oxidada y entra. Su sombra se alarga sobre la escalinata negra y el césped abandonado. Avanza lentamente. Llega a la puerta y su corazón late a toda prisa. Se detiene.
Entra. Hay algo espeluznante que le eriza la piel, es el abandono centenario de esos pasillos y rincones. Felicia recuerda las viejas películas de su infancia: telarañas, muebles victorianos roídos en blanco y negro y un monstruo con smoking bajando lentamente. Sus ojos vagan de una pared a otra y se detienen en el espejo opaco en el que hace años no se refleja nada. Camina con las venas palpitando en sus sienes y el corazón desbocado.
Tiene la sensación de que podría contemplarse en ese reflejo extraño que no es el de ella. Es ella, pero de otra época, con un vestido del pasado y un peinado imposible a estas alturas. Siente que podría perderse durante horas en cada detalle de su NO reflejo, se sumerge en el espejo que respira muerte mientras las paredes de la casa comienzan a desmoronarse, desgarrándose y elevándose, haciendo crujir los cimientos milenarios. Las escaleras se quiebran y el mármol se rompe al estrellarse contra el piso, los candelabros se transforman en una lluvia de cristales, el piso se abre y los pies de Felicia se quedan en la nada.
Corre a pesar del sueño en el que vive, corre con el alma en la boca, con la esperanza rota, convencida de que las cosas saldrán mal. Tropieza con las negras enredaderas del jardín. El estruendo detrás de ella la obliga voltear, de la casa solo quedan ruinas.
Sale a la calle, la reja ya no rechina, el mundo es soleado y veraniego. La gente pasea con la calma dominical, los niños pasan rasantes en sus patinetas, los ancianos alimentan a las palomas, las parejas se besan bajo los árboles.
Felicia voltea y la casa está intacta, no hay derrumbe ni maleza ni enredaderas envenenando el jardín. Es una casa normal, como cualquier otra del vecindario.
Es su casa.
Felicia entiende que siempre sueña con fantasmas.